No tengo el recuerdo exacto de su despedida, pues de repente, escuchaba el grito de mi mamá para que me acercara a ella, y era ahí , justo en el árbol mas bello, con un tronco que mi perspectiva de niña narra como enorme, muchas veces quise medir su diámetro con mis diminutos brazos y segun mis calculos se necesitaban mas de 10 personas de mi tamaño para rodearlo. La textura de su corteza era rugosa y con muchos bordes de esos que se aprecian como si se fueran encimando una rama sobre otra, era negro, impresionantemente negro y sus ramas cubren gran parte del terreno, me atrevo a pensar que casi la mitad de el y considerando que su ubicación es a escasos dos metros de la orilla… Pues su sombra me sigue impresionando.
En esos bordes que surgen desde el suelo y que crean como canaletas, ahí es mi lugar preferido, la sombra que me cobija es fresca, y el tronco tan fuerte que me siento tan segura y tranquila como si este fuera un guerrero protector y estuviera solo para mi.
Un día entre las cortas charlas que habia entre mi madre y yo, le dije, si algun día piensas en darme algo de este solar (asi le llamamos) procura que este arbol se parte. Mi madre sonrió y me dijo, este árbol es muy viejo, desde que yo era niña está. Da grandes, sabrosos y abundantes frutos.
Aun recuerdo el árbol con mucho amor. El lugar exacto donde yo experimentaba el placer mas grato.
Despues de unos años mi mamá decidió darlo por herencia a 8 de sus 9 hijos y sin que ella asignara, el espacio de ese árbol hoy me pertenece y digo el espacio porque al pasar el tiempo, llegó la escasez de agua y junto a casi todos esos árboles mi gran árbol murió, pero venero ese espacio con mucho amor y ahí algún día veré otro árbol inmenso, ya no será zapote, pues el agua cada día es menos, y esa especie requiere de mucha. Pero sera un gran amate negro o tal vez una ceiba, que me permita ver y sentir otra vez su presencia, su sombra, su frescura pero sobretodo su gran tamaño y belleza.