Llegué a este mundo una mañana de otoño. Fui el último cachorro de la camada. El parto fue algo tedioso pero logré salir. Madre desde antes ya nos amaba, su nombre era Ramona o así solía llamarla Dorotea , una anciana muy gentil que cuidaba de Mamá y la alimentaba. Unas veces pan ,otras tortilla y otras tantas deliciosos huesos.
– Mis muy hermosos niños su vida hoy empieza ,deseo que sean felices y algo muy importante siempre amen a Dorotea — Dijo Mamá , mientras uno a uno íbamos aterrizando en el maizal. Me quedé dormido enseguida. El latido de su corazón nos abrigó y sus palabras me dieron la sabiduría para emprender la nueva aventura en el rancho , a su lado, con mis hermanos y la anciana amorosa.
Crecimos corriendo en los campos, bebiendo agua del río. A el paso de los meses o eso que los humanos llaman “Tiempo”, una medida poco definida para cualquier perro , mis hermanos fueron llevados a otras casas. Me llené de miedo y tristeza, no quería dejar de verlas . Creí que si no hacía ruido ni travesuras, seguiríamos juntos siendo felices. Por las noches mirando hacía el cielo recordaba a mis hermanos Cecilio y Tómas . Por cierto mi nombre es Capitán, tengo el pelo café oscuro, con el puedo disimular la mugre cuando me revuelco en los charcos pero no se porque Dorotea siempre me mira con una sonrisa y dice: ¡Pequeño mustio traes tus botitas sucias! Iremos al río a que te laves y entonces iniciamos un paseo.
Una noche escuchamos ruidos. No era Dorotea. Se trataban de pasos más firmes y pesados. Había un olor rancio e iracundo en el aire. Madre y yo fuimos a ahuyentar al malhechor, quien no dudaba en golpearnos con un palo. Lastimó a Mamá Ramona, sentí un fuego en la sangre que cegó mis ojos y por instinto mordí su mano.
–¡Dorotea calla a esos perros!— gritó furioso y recogió una piedra. Ella salió con una lentitud agitada. Emití un quejido y todo se volvió negro.
– ¿Qué has hecho? — sollozo Dorotea
–¡Ese maldito perro me mordió! — contestó de mala gana el intruso. Dorotea solo lloraba, sentí sus lágrimas pero apenas y pude mover la cola para alegrarla.
Mamá Ramona lamió la herida de mi frente. Había sido el golpe más doloroso de toda mi vida. Fui cayendo al vacío mientras me arrullaba un latido misterioso. Había más voces , debía salir de nuevo. Vi a lo lejos una luz. Cuando por fin abrí los ojos estaba en otro lugar. No era Mamá Ramona y el hombre de bata blanca dudo que fuera Dorotea. Me sentí triste y perdido, lloré inconsolable mientras alguien decía:
—Tiene un lunar rojo brillante en la frente.
– No es un lunar — pensé. Un maleante me hirió, pero defendí lo que amaba como lo indicó mi madre el día que nací.
Cuando me llevaron para que me conociera ella todo el miedo y la tristeza se disolvió entre su mirada amorosa y su alma que me abrazaba como Mamá Ramona. Tal vez estaría bien, tal vez no era tan malo como parecía pero ¿Mamá Ramona y Dorotea, estarán tristes sin mi? Tal vez si me duermo todo regrese a ser como antes…