¡Por supuesto que hay vida después de la muerte!
¡Por supuesto que veo algunos muertos todos los días!
Incluso los siento. Los oigo.
Hace no mucho me hice un test de ADN y tengo genética de México, Nativos Americanos, Europa, China y claro, algo de África. En mi vive el 50% de mi padre y el 50% de mi madre.
Tengo el 22% de los genes de mi abuela paterna y eso al menos significa que tengo el 11% de su madre y otro 11 de su padre y el 5% de sus abuelos paternos y maternos y el 2% de sus tatarabuelos.
Al menos tengo en mi cuerpo de forma directa el ADN 126 personas que tuvieron que existir, con 126 historias a lo largo de al menos 200 años. Claro que al no tener el cromosoma Y muchos varones de mi árbol han desaparecido en mí, pero las mujeres, todas ellas, viven aquí en mis genes, en la mitocondria.
Todos ellos forman parte de mi cuerpo, de mi piel, de cómo me veo y claro, a través de toda la educación que les dieron o les negaron a todos ellos, yo soy yo. De ellos heredé -o quizá no- mi carácter, mis valores, mis creencias y mi formación, los cuales he modificado y adaptado para construir mi propia vida y personalidad.
Ninguno de ellos solicitó mi “permiso” para influir en mi vida. Incluso los abuelos de mi abuela, a quienes nunca conocí ni a través de historias ni de fotografías, existen y han dejado su huella en mí, aunque no lo desearan.
Así es como opera la vida. Así funcionan los seres humanos. Todos buscan reproducirse, porque es la única forma real de continuar su existencia incluso por milenios, independientemente de si los descendientes lo desean o no. Una parte de ellos vive “en un futuro” que nunca imaginaron, en un cuerpo que no conocen y sin recordar nada de su vida pasada. Están ahí en lo más profundo de nuestro ser.
Sin uno solo de ellos, yo no estaría aquí.