He ido a más funerales en mi vida que a bodas o quinceaños. El primero que recuerdo fue en mi pueblo mientras iba a la escuela. En el camino encontramos una procesión muy numerosa que iba caminando en medio de la calle tras un féretro que cargaban cuatro hombres. Eran seguidos por personas de todas las edades que eran “rematados” por una pequeña banda de música que tocaba amor eterno de Juan Gabriel.
Me impresionó muchísimo. Primero porque nunca había visto un féretro, ni una procesión funeraria. Pero lo que más quería saber era quién fue esa persona. ¿Por qué lo seguía tanta gente? ¿Por qué iban tan ordenados, solemnes y respetuosos? ¿Por qué unas mujeres regalaban café y pan dulce a todos los que pasábamos junto a ellos?
Con el tiempo cada que alguien me decía que iría a un funeral yo me ofrecía a acompañarle. Quería saber si así eran todos los funerales. Si la gente respetaba tanto a los muertos.
He visto funerales con dos deudos, solos. Sin llorar. He visto otros funerales que empiezan tristes y acaban en fiesta y otros terminan en peleas y hasta machetazos por la herencia. He visto otros en donde a nadie le importa el muerto y por más que preguntaba sobre quién era parecía que nadie le conocía. Otros tantos parece que es un alivio para todos que se haya ido el difunto.
Hasta hace poco pensé que iría a todos los funerales que me encuentre, pero no será así. Hace poco conocí a alguien que es como un cáncer. Lleva una nube de mala vibra a donde quiera que va y pelea de todo con todos todo el tiempo. Dice que se quiere morir y mi mente imaginó su funeral, me pareció muy triste. Lo peor es que me di cuenta que ese sería uno al que no iría yo, ni siquiera porque si conozco a la persona.