Mis miedos son como yo, raros.
Hasta hace tiempo padecía emetofobia, me paralizaba al grado casi de dejar de respirar el que alguien o yo misma vomitara.
Hoy me da miedo terminar en un manicomio o peor aún con demencia deambulando por las calles.
El miedo no es bueno, nos daña porque el cerebro no distingue la ficción de la realidad, de eso que pienso que pudiera ocurrir el cerebro piensa que si está pasando, dañando nuestro cuerpo físicamente pues están sincronizados, activando nuestro sistema inmune conduciendo incluso a la depresión.
Temo a la vejez, el no valerme por mi misma, pensar en ser una carga me cimbra.
Me aterra en gran manera quedar viuda, me sentiría desprotegida; al igual que si desaparecieran mis hijas. Sé que es un terror de fondo al abandono. Quizá porque crecí así, como una niña abandonada, sin mi madre ni mi padre, cada uno con sus motivos menos yo.
Eso de que te abandonen es feo, que nadie te vea bailar un 10 de mayo, que no haya familia para intercambiar risas y regalos, solo tus abuelos con sus achaques e iras y resentimientos.
Me sentí vulnerable sin ningún lugar a donde ir o poder hacer algo para salir del laberinto.
Hoy me trato de alejar para no caer en el abismo, hago cosas por y para mí.