La muerte podría tratarse de un sueño y nada más; podría ser sólo un pretexto para continuar la vida.
Morir me da miedo, pero me aterra más perder a mis seres queridos. Ese sentimiento de soledad, vacío y desolación por la muerte de un familiar cercano, aún no lo he vivido. Cuando lo imagino, lluvias tristes se posan en mi corazón y los atardeceres de una nostalgia no experimentada retornan sombríos, como si sólo estuvieran esperando el llamado de auxilio de mi alma en el cortejo fúnebre de algún difunto.
La vida es algo rara, pero la muerte tiene un no sé qué de misterio que no termino de comprender. Por ahora me preocupa más el hacer del tiempo. Después de todo, con el Día de muertos se puede seguir homenajeando la vida de los que ya no están. Pero más allá de ésta bella tradición, lo importante para mí sería simplemente vivir lo mejor que se pueda. Y que en toda ésta bella experiencia terrenal tenga algo positivo para dejar a quienes me conocen. Así como lo bueno que me ha quedado de los que ahora transitan en la dimensión de los muertos.
He perdido algunos familiares demasiado lejanos como para padecer su ausencia y otros tantos desconocidos, de los que sin querer, en algún punto del camino he añorado su presencia. Y también están ellos, los que al pasar de los años extraño más que nunca; a mis mascotas: Chiquita, Mino, Bruno, Capulín y Tabith; por su fidelidad, alegría y amor incondicional. Esto me hace reflexionar sobre cómo quiero que me recuerden. Si al menos alguien me recuerda con cariño sabré que lo hice bien.
En orden cronológico de su muerte, recuerdo con cariño: A mi tío Bone, a mi abuela Teresa y a mi tío Chava. Los tres me enseñaron valentía: Mi tío Bone porque nunca se dejaba de nadie y no le gustaban las injusticias; mi abuela por lo valiente que fue toda su vida al mirar y tratar con amor la amargura y la maldad de los demás; mi tío Chava por su valentía para enfrentar la vida y su gran responsabilidad.
Y también he llorado por la desaparición de personas ajenas a la escena de mi universo; por Luis, a quien la cobardía detrás de un revólver le arrancó la vida desde un automóvil blanco. Leer la nota en el diario me dejó con una sensación de impotencia frenética, de desprecio total por los homicidas. De él me quedó la enseñanza de dedicarte a lo que verdaderamente te mueve en esta vida y a que lo hagas con todo el amor posible. Lo curioso es que él nunca me lo dijo, lo aprendí de solo observarlo.
A los que se fueron, en donde quiera que more su eternidad, desde éste pedazo de aliento, les envío en mis oraciones luminiscencia divina de amor y paz.
Un minuto de silencio por los que ya he mencionado y también por los que me faltaron mencionar; a varios los conozco de historias que me han contado mi mamá y mi papá; y creo que también merecen ser recordados alguna vez:
Prisca
Sotero
Rosa
Luis
Conrado
Miguel
Francisca
Hilda
Rita
Irma
Ambrosio