Pues pa’ pronto, —no recuerdo quien me metió ésa idea— pero, por ahí de los 6 años, yo tenía la certeza de que se me iba caer la cabeza, por haberme embarrado sosa en el cuello una mañana que mi mamá lavaba la estufa.
Otro día encontré un libro de bolsillo que describía a diferentes tipos de demonios y le achaque que, medio kilo de huevos se me rompieran, al llegar a casa, según yo, en mi inocencia, como castigo divino por haberlo leído.
Para mi era asombroso que Michael Jackson hubiera pasado de ser moreno a blanco, porque Dios así se lo había concedido y todo aquel que dijera lo contrario era un mentiroso.
Al pasar a la juventud estaba convencida de que las personas a mi alrededor hablaban mal de mi y de que nunca iba a subir de peso por ser tan escuálida.
Actualmente siento que las imagenes sacras me observan. “Que me he vuelto más mala e inalcanzable para quienes me tienen mala voluntad”, que a veces puedo “adivinar sus pensamientos de odio” y “presentir su presencia maligna”. También que si no encuentro un objeto que yo recuerdo haber dejado en “x” lugar, procedo a decirle a los duendes: << no estoy jugando, quiero de vuelta lo que perdí>> y por arte de magia lo encuentro.
Pero si pienso en algo muy, muy absurdo, recordaré que hace varios años discutí con el diablo en la Catedral o que he desarrollado tanto mi ansiedad que cuando viajo me creo que voy a morir en la carretera y que me enfermo sino me lavo las manos.