Llegaste pisando fuerte, como para quedarte, eso lo tuvimos más que claro.
Al principio dudábamos de tu capacidad y no creíamos en tu existencia ¡qué equivocados estábamos!
El día que se decretó el aislamiento celebrábamos la graduación de una estudiante de mi esposo y antes habíamos ido al parque Chapultepec, ese día la pasamos muy bien, nos tomamos fotos con las lenguas azules por la paleta que saboreamos.
ingenuamente creímos que se “trataba de un descanso” de solo un par de semanas y no un confinamiento a todo lo ancho de sus letras.
Las dos primeras semanas transcurrieron sin novedades, poco a poco la muerte comenzó a hacer e presente de una manera vertiginosa, fulminante, como nunca antes nos había tocado enfrentarla.
conocimos el verdadero significado de la incertidumbre, el lado obscuro del inocente contacto físico, la muerte repentina.
El confinamiento nos acumuló ansiedad, sobrepeso, melancolía y un puñado de dolorosas ausencias, entre ellas dos que me impactaron.
Gertrudis mi vecina, mi futura compañera de viajes. Se le murió un año antes su hijo de 26 años de un ataque cardíaco fulminante. Unos meses después, en el mayor apogeo de la pandemia su esposo comenzó a con una tos asfixiante. Llamaron a la ambulancia, a través del cristal alcanzó a decirle: vende todas las propiedades y comételas. Fue la última ocasión en que lo vieron, regresó en una urna. Fue un lúgubre período en su vida, pero poco a poco se fue animando, ya sonreía y se arreglaba más, se le veía por las calles con mayor ánimo, aunque estaba enferma.
Una tarde tocamos a su puerta, no respondió, su televisión sonaba ahí adentro, sentimos mucha angustia, un vecino puso una escalera y se asomó, sentimos impactó tanto al verla tirada que casi cae.
Yacía en es suelo frío, con un color pálido y un olor peculiar.
La muerte le llegó sola, no pudimos hacer nada. Cada que paso por su casa los hubieras me inundan aleteando desesperadamente por mi conciencia.
La otra es la historia de Armando que después de ser maestro de mi esposo en la universidad con los años se volvió él mismo su alumno del posgrado, aplicando el dicho de que el alumno superó al maestro.
Se caracterizaba por ser una gran persona, responsable y leal. Estudió la maestría en el otoño, casi invierno de su vida, se divorció de su esposa de toda la vida y se dió una segunda oportunidad con un joven que estaba en la primavera de su vida, tomaba ahora un segundo aire, pero también un “producto milagroso “ que minó poco a poco su salud llevándolo hasta un riesgosa cirugía de la que salió airoso. La recuperación fue en su hogar, pero ya iba infectado, volvió al hospital para morir ahí.
Hay un antes y un después de la pandemia.
Hoy sé que la incertidumbre puede llegar para quedarse, que la muerte realmente no sabe de temporalidad, que todo es efímero y fugaz, mucho más de lo que se dice y piensa.
Hoy los saludos son diferentes, lo digital está al mando, enfermarte de “una simple gripa “ es cosa seria, cara, tan cara que hasta puede llegar a costarnos la vida misma.
Dicen que a todo debemos verle el lado positivo, en ese año nosotros nos unimos más como familia nuclear, horneábamos casi a diario, vimos muchas películas, series, salíamos a correr por las mañanas, sembramos una pequeña huerta y mi esposo con su equipo de investigadores hicieron una colaboración con los Chinos para tratar de encontrar una cura en los productos naturales de las plantas.
Quisiera decir que ojalá no se vuelva a repetir, pero me robó la frase de una amiga: siempre puede ser peor…