Mariposas en el estómago, escalofríos cuando te toca, aunque sea por accidente, sentir que puedes encontrar su mirada en medio de una multitud, que el tiempo se detenga o se vaya en un parpadeo, oler su aroma y perderte en él, que tu mundo sea esa persona. Todo eso, yo nunca lo he sentido.
Muchos años creí que algo “malo” pasaba conmigo. Vamos, enamorarse es de lo más normal en las personas o al menos en los que conozco por cercanía o en las películas y canciones que veo y escucho. Luego cuando aprendí que el “amor” de pareja es más bien un efecto químico con fines reproductivos que está condicionado por las hormonas y la cultura popular pues, dejé de preocuparme.
Decidí entonces que quería pensar el amor y no solo obedecer a las hormonas. Eso me dio la oportunidad de pensar qué hombre quería como pareja y pasé de la típica lista de “quiero que se vea así de guapo” a una lista de habilidades y actitudes de “quiero que me trate así”.
Hice muchas pruebas sobre la pareja que quería y un día, ya con 30 años, lo encontré.
Y no, no era el tipo que imaginaba físicamente. Él me dijo “El hombre perfecto está casado con la mujer ideal, así que te lo ganaron” jajaja. Decidimos que nos caíamos tan bien que dejaríamos que el amor llegara a fuego lento y así sucedió. Me gusta nuestra historia juntos. Ya tenemos varios años de casados. Yo aprendí a amarlo con el tiempo y me dolería perderlo claro, pero nunca lo he detenido cuando ha tenido ganas de irse. Él es mi mejor amigo y mi amante más intenso. Pero no es el centro de mi vida y eso está bien para mí. Eso me gusta.
Al menos, no “moriré de amor” con certeza y eso siempre es una ventaja.