Disfruto bañarme con agua fría cada mañana para sacudirme la flojera, la apatía o cualquier pensamiento que me impida tener un buen día. Es como sumergir mi cuerpo en un caudal de agua sanadora que me fortalece y dispara esa magia femenina con la que suelo enfrentar las guerras personales.
Vacio el universo de mi corazón en el diario donde suelen nacer mis pensamientos más privados, alocados, temerosos, ficticios y serenos; porque siempre hay algo que decir y el papel nunca se cansa de leerme, nunca tiene prisa, nunca cuestiona. Su fidelidad es infinita, su lealtad es incesante.
Suena cansada esa fijación por amar la inmensidad del cielo antes de las 7:00 am pero se ha convertido en la necesidad visual que me permite sentirme reconfortada y presente.
Seguir haciendo vida con mi esposa, sentir esa unión cada minuto a su lado, ésas conversaciones que nos acercan un poco más en el alma y hasta cuando dormimos porque aún en la lejanía de la individualidad vamos tomadas de la mano y porque ella continúa siendo mi lugar favorito, mi lugar especial, el mejor, el irreemplazable.
La cotidianidad de los lunes a las 19:00 hrs. con mis hermanas “Huellas de tinta” para compartir el reflejo de nuestros sentimientos, emociones y filosofía como el abrazo al corazón que tanto se había esperado y cuando al fin llega como un regocijo, se atesora, cuando ellas hablan te escuchas y recibes cada palabra como una cápsula violeta que te nutre y te sana, que te empodera en las peores circunstancias.
Mis pasos por los restos de caminos empedrados en Cuernavaca, el murmullo del agua que brota de las fuentes, vertiendo secretos en los árboles que humedecen las calles.