Desde mi hogar; en este mirador privado donde admiro el corazón de Cuernavaca: Veo como los ojos del sol se abren y encienden de oro las ventanas de las casas y sus techos se difuminan tal y como la fuerza de los árboles, en tiempo presente. La Catedral se impone orgullosa por los siglos de los siglos y se eleva como cada uno de los tantos edificios que gritan algo de su pasado en el cielo bendito que nos abraza. Y los sonidos diurnos del transporte que se alejan por las calles dormidas le dan un toque de vida a mi ciudad. En la lejanía, se asoman entre la niebla y diferentes tonos de alegría, una colonia de montañas, un montón de pensamientos y recuerdos de otros paisajes que alguna vez viví: Un autobús Pullman avanzando entre las cordilleras a kilómetros de Cd. de Mx a las 5:00 am, el rocío en las ventanas, copos de nieve resbalando de las puntas de los pinos, congelando el césped, haciendo remolinos fantasmales de frío que se confunden con duendes en medio del bosque. Los pasajeros durmientes, yo, con el alma bien despierta, escuchando música, guardando muy bien ese momento y atenta a las estrellas que parecen flotar en un despeñadero, cuando el chofer, que sin miedo, va disminuyendo la velocidad, para el bien de esa bella escenografía, donde mis sentimientos se desbordan conmovidos de agradecimiento. Y tan pronto se visibiliza una lunada en el sendero carretero, no se si de nuevo conmovida por el paisaje, o por las canciones de las que me prendo; mis lágrimas arrastran emociones por mis mejillas y crean postales inolvidables de la madre naturaleza. Cuando mi mente rompe el hilo de esa memoria, recorro de nuevo esta fotografía de Cuernavaca, que me rodea y que me alienta a describirla cada día, como una poesía de contrastes afables que me llenan por haber nacido aquí, por tener fe en esta tierra.
FOTOGRAFÍA DE CUERNAVACA
