Nacer. Tomar la vida, sin pasado aparente. La memoria celular está dormida, a la espera del desarrollo de tu conciencia. No lo recuerdas pero desde que la luz expandió tus pupilas, el aprendizaje comenzó. Adquiriste patrones, adoptaste responsabilidades de adulta. Tus hermanos también se convierten en víctimas, incluso esta sensación de que todo está en tu contra es un pensamiento que no te pertenece. Tu madre y tu padre traen su propia carga, te la heredaron mientras dormías en la placenta.
-¿Qué traían cargando tus padres?
-Tristeza, ira, negatividad, depresión, victimismo, soledad, toc, ansiedad, herida de rechazo y abandono
No sabes si también cargas con ese desprendimiento del corazón, del que sufre él, o el veneno hepático que corre por las venas de ella. Pero definitivamente no quieres nada de eso.
No recuerdas a qué edad tuviste que hacerte cargo de ti misma. ¿Asi era para todos no? Mamita y Papito trabajaban mucho. Hubo que aprender a peinarse sola, a prepararse el desayuno, a ir a la escuela, solita con mi hermana y de regreso hacer mis tareas, siempre sin pedir ayuda, “para no molestar a tus padres con nimiedades”, niñita preocupada por realizar el aseo de la casa para ayudar a su mamá, niñita callada y seria, te volviste casi invisible, sin intención alguna y sin darte cuenta sentías que no debias estorbar. Ahí ya cargabas carboncitos en un costalito que llevabas a la espalda. Los años pasaron como se pasa del verde, al amarillo en las hojas del arbol familiar. Un día tu madre se convirtió en tu hija y el costal se llenó de piedras, tu padre era ese adolescente que tenías que reprender y tus hermanos se volvieron lejanos, ausentes. Vivían su propia miseria. Y como ya tenías el perfil de salvadora, responsable y madura, se resolvió que tú tomarás el mando:
Todo comenzó pagando los servicios de la casa, cocinando, llevando al doctor a tu madre con sus interminables enfermedades. Al principio lo hiciste por amor, pronto se volvió tu obligación y tu derecho. No hubo piedad. De sólo mirar las muecas y las espaldas anchas de tus hermanos cuando pediste ayuda, creíste más sensato ahorrarte las heridas y continuar sin más ayuda que la que pedías al eterno y la que te daban algunos ángeles que se cruzaron por tu camino. Luego del divorcio con tus hermanos, tu carga era insoportable. Te tocó sostener a los viejos, moral y económicamente; tu clavícula se rompió de tanta responsabilidad, de tanta tristeza amarga. Pero nadie te obligaba, ni siquiera tus padres con sus quejas, eras tú quien estaba convencida, de que era tu deber, de que si no lo hacían los de tu sangre, a ti te correspondía, ¿Pero, tú querías semejante problema?
-No lo quería, pero nunca he tenido el mal corazón de abandonar a mis padres
Encontraste una solución, te alejaste un poco, los condicionaste a que estuvieran bien, para que tu trabajaras y pudieras continuar ayudando. Les pintaste lo más oscuro posible el panorama:
-Estamos solos, yo los tengo a ustedes y ustedes solo me tienen a mi
Y aunque fue doloroso, lo entendieron, y tu madre lo entendió mucho mejor, tiempo después. Una tarde dijo que ella y tu padre son una carga para ti, comprendía que su situación no es tu responsabilidad y te alentaba a vivir tu vida y a ser felíz. Te sentiste conmovida porque te lo dijo llorando. Tu madre rompía las cadenas de tus manos, esas con las que tú misma te amarraste. Te sentiste ligera como un diente de león desintegrándose al movimiento del viento.
Sueltas las enfermedades, los traumas y las heridas de tus padres, te recuerdas siempre que no te pertenecen. No las sufres, no te duelen. Esta bien delegar, esta bien alejarse, dejar que ellos resuelvan sus problemas, está bien decir que no puedes, esta bien aceptar su ayuda. Te viene muy bien tu papel de hija, ya sabes recibir su atención, sus cuidados, su reconocimiento, su amor y a pesar de todo lo único que no has concebido es abandonarlos a su suerte, aun les sostienes la mano en la medida de tus posibilidades.