Hay un lugar donde ni el viento se atreve a contar secretos. Los hogares lucen resquebrajados de indiferencia. Lo llaman “La soledad del silencio”. Aquí los padres son figuras de humo, regaños huecos que se pierden antes de llegar al alma. Respiraciones de una esperanza añeja que no aprendió a dar calor.
Mariana creció entre paredes mudas y techos de amor lejano. Pasó la mayoría de sus días con los brazos extendidos, a la espera de cariño y protección. En cambio fue abrazada por el silencio. Para romper la tristeza de su soledad sujeto la mano del mutismo y aprendió a escuchar las pulsaciones de su corazón.
Algunas veces su abuela paterna la salvó, con una ternura inexplicable que a Mariana le extrañaba. A modo de compasión le regaló a su nieta una vieja radiograbadora. Un refugió en el que la niña encontró un pedazo de sí misma, en cada canción. Como si las voces que cantaban dijeran exactamente lo que ella no podía nombrar.
Una tarde en que el sol ardía, Mariana escuchó el llamado del desierto. El mensaje reverbero como música en sus venas. Ni el mismo infierno que se desataba en el cielo, pudo detenerla. Ella había sido muy cuidadosa en llevarse sólo lo necesario: La Radiograbadora, con la que solía gastar su nostalgia y ocultaba un secreto del que no era consciente…
De todos modos el desierto la atraía desesperadamente, ¿qué más daba si quedaba arrodillada en las olas de arena? El aire seco le quemaba la garganta. Sus pies se hundían en la incertidumbre. Atrás dejó restos de naturaleza muerta. Conforme avanzaba a los contornos más lejanos de lo árido, pequeños matorrales iban brotando a la par de sus lágrimas. El desierto le hizo recordar que el peso del silencio era superior a cuando tuvo alas, y deseaba explorar otros mundos. En el punto más conmovedor de su pasado, dejó caer el aparato. El choque sutil desprendió notas musicales más bellas, y fue como salvar las partículas de vida de Mariana. Y antes de que su espíritu terminara de cubrirse de polvo, la sabiduría de su abuela se pronunció desde la Radiograbadora, para anunciarle a Mariana que vivir había sido solo un sueño y que la soledad era un ensayo para descubrir el verdadero amor: El que uno lleva dentro, el amor que nunca te abandona. Que te arrulla suavemente con la musicalidad sonora de escuchar tu propia voz.