Vine atraída por la intuición, para asegurarme de que aquí encontraría la verdad, y las respuestas a todas las confusiones que se desatan en mi núcleo. Al entrar en el recinto de los silencios, veo la niebla especiada que lo envuelve y araña cada uno de sus rincones. Escucho ciertos susurros, y cantos en una lengua muy antigua, que escapan por las columnas de mármol. Levanto la corona de mis sienes. Subo los tres escalones. Frente a los rostros congelados de los presentes imploro clemencia, pero ellos no se inmutan, ni tampoco me responden. Mantienen fijas sus miradas dolientes, mientras mi sombra atraviesa el pasillo para encender las flores que destilan esperanza. Dejo que salgan mis anhelos al reposar las palmas de mis manos en el aire. Respiro… Mi alma descansa en una banca a la espera del “Yo Soy”, él está, habla, pero no se deja reconocer. Después simplemente adivino su presencia. Repaso de norte a sur su búsqueda y me descubro sosegada, mirando al sol escurriendo por el tragaluz donde se supone que debe bajar la verdad. Para entonces ya hay una inundación de personas formadas detrás de mí. Sus pasos las trajeron con sacrificio, pena y toneladas de pesadumbre, quizás devoción. Esperan que el cielo las abrace desde aquí, no me sumo a la espera, me doy la vuelta y los abandono. A lo lejos veo como ascienden las torres donde se columpian siglos de secretos y benevolencia disfrazada.
Liturgia
