No conozco el mar. Lo relaciono con lo profundo que guardo en el corazón:
Secretos, recuerdos, dolores viejos, alegría y silencio. Me he ahogado en él con lágrimas que saben a miedo. A veces también lo observo desde la calma que trae la claridad de empaparse con el aparente color de su positividad. La sensación nunca es igual, a veces las emociones que se despiertan en sus aguas provocan maremotos, inundaciones, que arrastran mi cuerpo más allá de lo profundo y destructivo, que puede ser sumergirse sin fé aparente, sin ningúna motivación para nadar hacia la orilla y mantenerme a salvo. Y ese mar tiene una inmensidad que rebasa el relieve donde terminan los hilos de sus olas frías y cálidas desde donde escalan para alcanzar la profundidad celeste que espera, muestra, y condensa ideas, pensamientos, creencias y misterio. Por ahora contemplo el mar en la imaginación ¿será cierto que cuando estás frente a él, es imponente? Considero que los seres humanos somos tan sólo granitos de arena de alguna playa, vivimos inundados de emociones y sentimos vibrar cada poro de nuestra energía en esto que muchos llaman vida y que podría tratarse de un simple sueño.
Comúnmente “vivo para trabajar”, cuando no estoy en horario laboral, me encuentro limpiando la casa, leyendo, escribiendo… ¿es mi forma programada de huir de la tristeza? no es que sea persistente, casi siempre duerme, parece que se supera con “echarle ganas”, “con ser agradecida”, “confiar en que por lo menos el día de hoy todo estará bien”. Quizás se trate de la manera mas fácil de evasión que aprendí de mis padres:
“Ser funcional aunque haya dolor en tu interior”.