Me inclino por lo sencillo como una diminuta flor, un cielo muy azul, porque no, también un día frío y nublado, una tisana tibia, un trato amable, la comida de buen sabor,!el sincero abrazo de un niño, la sana convivencia con la familia, viajar, leer, mi red de apoyo, capacitarme en todo lo que me agrada y sirve, los pequeños logros, los gratos detalles inesperados, tender mi cama, mandarle diariamente su lonche a mi esposo, ver a mis hijas los fines de semana, y el que ahora considero más atractivo: no tener prisas…
todo eso es apenas un apéndice de lo que me hace sentir alegría y que por lo general salpica todo mi día y cuido que dure lo que siento pues me agrada.
suelo hacer cosas que atraigan la felicidad y evitar lo que me la pudiera quitar, eludo en lo posible a los vampiros emocionales aunque se trate de los propios amigos e incluso la familia.
sé que cuando estoy alegre se me ilumina el rostro y como por arte de magia desaparecen mis pesares, pero también se que es necesario que a la vida la conformen más emociones, pues es parte de su sabor, que la hace estar arriba o abajo, estira o afloje, y eso, eso también es necesario. Es algo así como una tormenta prediciendo un magnífico arcoíris.
Tengo varios recuerdos de haber estado muy alegre, de pequeña me gustaba hacerle a la repostera y a la madrina, trepar árboles, que mi abuelita me contara cuentos e imaginar ser parte de ellos.
De adolescente echar cuetes, salir con chicos, andar en bicicleta y mi extraña fiesta de XV años.
Ya de adulta mi boda, aquella ocasión en que recibí los resultados de las pruebas de embarazo, cuando me gradué de las carreras, los viajes a los lugares anhelados, y muchas cosas más que a la mente se me vienen.
Creo firmemente que cuando ya no tienes el privilegio de sentir alegria llega la etapa aterradora en la que ya estas muerto en vida…