A veces cegada por la ira digo muchas palabras hirientes, palabras que ya no tienen retorno, palabras que se quedan en la memoria de la gente. Cuándo me doy cuenta ya es tarde, me azota el arrepentimiento ¿Por qué lo dijiste? Grita mi mente. Empieza una lucha interna interminable. La culpa pesa, insiste, condena. Necesito ofrecer disculpas y la idea de hacerlo solo para liberarme me avergüenza. De vez en cuando guardo silencio, trago mi propio veneno. Me abstengo de expresar lo que en verdad pienso. Este acto golpea todo mi cuerpo. Me enferma. Se anida en la cabeza, hierve en mi pecho y presiona mi brazo izquierdo. Difícilmente cuando llego a ser consciente de lo que estoy a punto de verter en una discusión me alejo. Limpio la casa para para tranquilizarme. Limpio hasta que la niebla desaparece de mi alma. Lo que viene es guardar rencor, si considero absurdamente que me hirieron. ¿Para que te sigues haciendo daño? Digo para mis adentros. Lo que siento se niega a la razón y me aferro, por Dios que me aferro como las raíces de un árbol a la tierra. Mi perspectiva fue tan programada en la negatividad, que aun guardo los recuerdos de mi dolor. Por nada del mundo los suelto. Algunos van bajando de frecuencia pero nunca desaparecen . Otros, los más dolientes me recuerdan que sigo aquí. Se perfectamente lo que debo de hacer, pero mi ego rehuye a ver, aceptar y a soltar con amor.
Mi Reflejo
