Me acuerdo cuando éramos niños y andábamos descalzos, jugando en la vecindad, en la calle, cantando “Amo a to” o “Doña Blanca”. Mis dos hermanos, los que parecían cuates, pedaleando sus triciclos ahí por donde se asomaban los brazos de un nanche que se estiraba por lo alto de la barda azul turquesa. Mi hermana y yo, de camino a la escuela, con la lombriz alborotada por llegar a comprar ciruelas o jícama picada con chile y limón… Entonces un buen día crecimos, nos fuimos de casa…
Hablar sobre mis hermanos, es hablar de tres historias distintas sobre mi. Somos un hilo sanguíneo y a veces parece que nada nos une. Llevamos las mismas tragedias, somos el mismo orgullo, la misma necesidad de amor, el mismo anhelo de todos los juguetes, dulces y comida que no tuvimos en la infancia. Somos buenas mujeres y buenos hombres. A veces parece que no nos conocemos, porque cada uno guarda su especial personalidad. Cada uno habla y actúa desde lo que le tocó vivir, y eso está bien. Como también es aceptable si nos alejamos para sanar, para sobrevivir, para comenzar de nuevo. Unidos o separados, lo importante es ser feliz.
Mi hermana mayor, tiene esa prudencia que a veces uno necesita para estar en calma con los demás, personifica un río de alegría, reflexión y filosofía de vida. Yo, la segunda de los cuatro hermanos, soy o pretendo ser:
Ésa persona que da consejos, aunque a veces no me los pidan, la que se preocupa por unir a la familia, la que evidencia aquello que en su entendimiento no está bien y que a veces o la mayoría del tiempo, no lo expresa de la mejor manera, pero que sabe escucharte y te ayuda en lo que puede, aunque decirlo suene arrogante.
Mi hermano, el que sigue después de mi, siempre ha sido el más aventurero, el más libre, el que parece no temer a nada. Y mi hermano, el pequeño, el responsable, el noble, el más sensible. A ellos como a mis padres, siempre los llevo en mi corazón y en mi pensamiento. Para mi, ninguna diferencia o problema que hayamos tenido en el pasado podra hacer que olvide que los amo, que son mis hermanos, que ni el tiempo ni la distancia ha hecho que los olvide, que desde aquí los bendigo y los espero con los brazos abiertos y que incondicionalmente siempre, siempre, siempre, voy a estar para ellos.