Nací entre bambalinas, no bajo el reflector.
Mujer mexicana, segunda hija de seis.
Mis pies conocieron la tierra antes que el asfalto.
Mi nombre nunca adornó cuadros de honor, y mi cara morena, con ojos rasgados y pecosa jamás encajó en los estándares que celebran las revistas.
Soy gorda, chimuela y con voz grave.
No soy madre.
Como ves, no soy excepcional. Y precisamente ahí encontré mi libertad.
Aquí en la “línea del coro”, donde nadie espera protagonistas -porque tu voz se mezcla con las de todos los demás-, descubrí un secreto que pocos quieren admitir: no necesitas destacar para ser significativa.
Cuando dejé de perseguir el complacer las expectativas ajenas y la aprobación impuesta, comencé a solo ser yo y las cadenas invisibles se rompieron.
“¿Por qué no haces…? ¿Podrías ser como…?”suelen preguntar, y yo sonrío y afirmo: “Porque no quiero.” Y mágicamente, la presión se disipa como niebla bajo el sol.
No es conformismo, es autenticidad.
La diferencia es sutil pero poderosa.
En esta sociedad obsesionada con destacar, pocos entienden la paz que habita en simplemente ser. Cuando acepté que siempre habrá alguien más rápido, más inteligente, más brillante, más bello o mejor que yo en algo, encontré espacio para respirar. El fracaso dejó de ser mi enemigo y se convirtió en un compañero honesto que me enseña sin humillarme.
Ser una más me permitió convertirme en todo para mí misma.
Soy mi propio centro gravitacional.
Mi única comparación es con mi YO de ayer.
Soy la reina de mi cuerpo. La comandante de mi ira. Soy el medio y el fin de mi existencia. Soy poderosa porque solo me debo fidelidad a mi.
Me tomó años entender que mi valor no depende de aplausos ni reconocimientos. El verdadero poder está en decidir qué batallas librar, qué expectativas ignorar y qué objetivos perseguir sin pedir permiso.
No confundas mi mensaje: no celebro la mediocridad. Celebro la autoaceptación. No te estoy invitando a hacer menos, sino a ser más tú. A aceptarte como eres y perseguir tus propios estándares en lugar de morir persiguiendo los ajenos.
La línea del coro tiene su propio brillo, uno que se logra siendo parte de muchos. No necesitas que todos te vean para saber que existes. Somos como esos árboles profundos en el bosque que nadie fotografía pero que son parte de ecosistemas enteros.
El verdadero privilegio es poder decir: “Esta soy yo, imperfecta, incompleta, en construcción perpetua, y completamente suficiente”. O como me gusta decir “soy TODO lo que hay”.
Desde aquí, en esta posición secundaria para el mundo pero principal de mi existencia, he encontrado una fortaleza: la libertad de definirme a mí misma. Y esa, te lo aseguro, es la única excelencia que vale la pena perseguir.